Wednesday, April 1, 2009

El dia que murio la musica



Eduardo Arias

Buddy Holly tenía pinta de cualquier cosa menos de estrella del rock n’ roll. Alto y flaco, de rostro amable, bondadoso, con esas enormes monturas Ray Ban Wayferer, casi siempre vestido con traje y corbata, a veces con corbatín, parecía un seminarista, un estudiante de física.

En ese empaque tan alejado del estereotipo del roquero duro y sucio de chaqueta de cuero habitaba uno de los talentos más influyentes de la historia de la música popular. Suena a frase hecha, pero Holly fue determinante en la carrera de músicos tan disímiles como Paul McCartney, Elvis Costello y Joe Strummer. Puede decirse que todos los grupos británicos de la primera mitad de los 60 (Beatles, Stones, Kinks, The Who) así como de Estados Unidos (Byrds, Turtles) tuvieron una deuda con los aportes de Holly.



Pues bien, hace 50 años (3 de febrero de 1959) Holly, quien contaba con apenas 22 años, murió en un accidente aéreo. En aquellos remotos tiempos, mucho antes de las mastodónticas giras de Led Zeppelín, los Rolling Stones o U2, mucho antes de que el rock se convirtiera en un negocio de corporaciones trasnacionales, los artistas debían viajar de un lado a otro para cumplir con extenuantes giras. Casi siempre lo hacían por tierra, así fueran estrellas consagradas como ya lo era Holly en febrero de 1959.

Después de presentarse en Clear Lake (Iowa), Buddy Holly alquiló una avioneta para viajar a Moorhead, Minnessota, a unos 600 kilómetros de distancia, pues quería ahorrarse las horas del extenuante viaje en bus entre la nieve y dormir un poco. En la avioneta lo acompañan dos de los músicos de la gira: Richie Valens (nombre original, Ricardo Valenzuela, el de La Bamba) y Big Booper (Jiles Perry Richardson, autor de la muy celebrada canción Chantilly Lace).

La avioneta despegó del cercano aeropuerto de Mason City y pronto quedó atrapada en una tormenta de nieve y se precipitó a tierra a unos 15 kilómetros de la pista, en un helado campo de maíz en Iowa.



La muerte de Buddy Holly supuso un tremendo golpe para el ya entonces agonizante rock n’ roll. Elvis Presley ya estaba en el ejército; varias de las leyendas como Chuck Berry, Little Richard y Bo Diddley enfrascados en interminables demandas y juicios por atentar contra la moral; la radio dedicada a pasar las baladas endulcoradas de Connie Francis y Paul Anka… Para que el rock n’ roll renaciera en Estados Unidos fue necesario esperar cinco años y cuatro días: la llegada de los Beatles a Nueva York en su primera gira.

Charles Hardin Holley, ese era su verdadero nombre, había nacido en Lubbock, una ciudad del oeste de Texas, el 7 de septiembre de 1936 y desde niño estuvo en contacto con la música, ya que sus padres lo estimularon para que aprendiera piano, guitarra y violín. Creció entre la música de los campesinos pero en 1955, cuando vio actuar a Elvis Presley, decidió unir sus raíces country con el nuevo ritmo del rock n roll.



Pero Holly fue mucho más allá. A diferencia de sus contemporáneos, que solían quedarse en los tres acordes básicos del rock n’ roll y del blues, Holly le dio rienda suelta a su habilidad melódica y escribió canciones con armonías más complejas. De hecho, con su grupo los Crickets estableció el formato básico del rock n’ roll y del rock de los años 60: dos guitarras, bajo y batería. Contrariamente a lo que sucedía en los años 50, en que los grupos interpretaban casi siempre temas de otros autores, Holly componía las canciones que interpretaba.

Es es una de las características que adoptarían años después los propios Beatles, nombre que, dicho sea de paso, (juego de palabras entre escarabajos y beat) hace referencia a los Crickets (grillos) de Holly. Y los Hollies (célebre grupo inglés de los 60, donde tocaba Graham Nash, el de Crosby, Stills & Nash) también utilizaron ese nombre como homenaje al hijo más famoso de Lubbock, Texas. Otro de sus aportes fue utilizar en algunas canciones instrumentos ajenos al rock n’ roll, como la celesta, así como incluir orquestas de cuerda y ponerlas a sonar al tiempo con instrumentos amplificados. De alguna manera intuyó, con diez años de anticipación, los experimentos de los Beatles cuando grabaron su álbum Rubber soul.

La lista de grandes canciones de Holly es amplia. Caben destacarse Not fade away (que retomaron los Rolling Stones en 1964), Maybe baby, That’ll be the day y Peggy Sue.



Entre 1955 y 1958 tocó al lado de los ya mencionados Crickets y, a finales de ese año, decidió iniciar una carrera como solista. Esta fue la causa indirecta de su muerte. Al salirse de los Crickets, el productor Norman Petty bloqueó las cuentas bancarias de Holly hasta que no se formalizara el rompimiento definitivo de la banda.

Holly, al igual que los Beatles 10 años después, quería dedicarle más tiempo a trabajar y experimentar en el estudio que a irse de gira. Sin embargo, al no tener liquidez, organizó aquella gira al lado de los ya citados Richie Valens y Big Bopper, así como de Dion and The Belmonts y Frankie Sardo.

Febrero 3, el día en que murió la música. Así se conoce este día, gracias a la canción American pie, de Don McLean, un hermoso homenaje al rock de los 50 y 60 que publicó en 1971, en la que describe con cierta nostalgia y mucha tristeza el desencanto que se vivía en aquel año tras el final de buena parte de los ideales de los años 60, al menos en el plano musical.

En sus dos primeras estrofas, McLean dice (traducción tomada del recomendadísimo libro Esto no es música, del filósofo español José Luis Pardo, Galaxia Gutemberg-Círculo de Lectores): “Aunque hace muchísimo tiempo, aún recuerdo cómo me gustaba aquella música… Sabía que, si me daban la oportunidad, podía conseguir que la gente bailase y que acaso fuera feliz durante un rato. Pero en febrero se me helaba la sonrisa cada vez que repartía un periódico. Las malas noticias se habían colado por debajo de la puerta y estaba paralizado. No recuerdo si lloré cuando leí aquello de la vida recién casada, pero algo se conmovió en mí el día que murió la música”.
Como señala Pardo, la novia viuda es María Elena Santiago, portorriqueña, con quien se había casado Holly dos meses antes del accidente y que esperaba un hijo suyo que no llegó a nacer.

Que American pie, uno de los himnos por excelencia de la historia del pop se base en la muerte de Holly no es gratuito.

La canción, en sus siguientes estrofas, se refiere de manera críptica a Bob Dylan, los Beatles, los Rolling Stones, los Byrds y muchos más, así como a los sueños de paz y amor que se rompieron en pedazos en Viet Nam, el violento 1968 y el concierto de Altamont. Pero siempre vuelve y retoma el lejano recuerdo de aquel día triste y trágico, el día que murió la música.

Tantos rostros carismáticos, tantas vidas llamativas que ha tenido el rock y, sin embargo, McLean sabía que al escoger la muerte de Holly como el punto cero de su desencanto no sólo hablaba del final de un gran artista, sino de también de la inocencia perdida en los 50 y, con ella, los ideales de la siguiente década que, al menos en 1971, parecían condenados a desaparecer para siempre.

Tal vez todo lo anterior desconcierte a quienes conocieron American pie en la versión discotequera de Madonna, la del video lleno de soldaditos y banderitas gringas, la que parecía un frívolo homenaje a las agresiones militares de Bush a Irak, y que desvirtuó por completo el verdadero significado de esta gran canción.

La música, por suerte, no muere nunca. Holly se mató en una avioneta pero entró a la categoría de mito. Su legado sigue ahí. De pronto es un legado indirecto porque hoy no es más que la influencia de alguien que a su vez influyó a otro. Pero en las canciones de Holly, escritas y grabadas hace más de medio siglo, se mantiene intacta esa sensación de frescura e innovación que tanto bien le han hecho a la música popular del último medio siglo.

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